ORAR CON ROSTROS Y NOMBRES; PARA VISIBILIZAR, SENSIBILIZAR Y DENUNCIAR

El Papa Francisco ha creado una red de oración mundial en la que propone una intención para cada mes del año. En este mes de febrero nos ha propuesto orar por las mujeres que son víctimas de violencia. Empieza constatando el impresionante número de mujeres que sufren violencia: violencia psicológica, violencia verbal, violencia física y violencia sexual. Estos abusos, sanciona el Papa, son una "cobardía y una degradación para toda la humanidad". Reconoce que "los testimonios de las víctimas que se animan a romper su silencio son un grito de socorro que no podemos ignorar; no podemos mirar a otro lado." Y hace una invitación a que recemos por las mujeres que sufren violencia "para que sean protegidas por la sociedad y para que su sufrimiento sea considerado y sea escuchado".

Esta invitación se hace especialmente importante en este contexto, por las altas tasas de feminicidios y de otras violencias de género; por los sistemas judiciales patriarcales, las desapariciones de mujeres y niñas; la feminización de la pobreza y las grandes brechas salariales entre mujeres y hombres.

El feminicidio, según varias organizaciones sociales de América Latina, alcanzó niveles de "pandemia". Los números son alarmantes, pero es aún más alarmante que detrás de las cifras y las estadísticas, hay nombres: Jade, Mariana, Mara, Reyna, (sólo algunos de los nombres de las más de 320 mujeres asesinadas en México en lo que va del año), hay rostros, familias, historias, dolores, luchas, convicciones, ... Y detrás de la violencia hay estructuras sociales, políticas, económicas y también religiosas que la han permitido y validado. Estructuras patriarcales asumidas que muchas veces cubren la mirada y esconden o diluyen esta realidad.

En el canto de Antonio Támara que marcó una generación de creyentes en los años 70s: "No, no, no basta rezar, hacen falta muchas cosas para conseguir la paz", el autor invita a rezar de buena fe y rezar de corazón, pero denuncia al creyente que no ora comprometiéndose en trabajar por la justicia para conseguir la paz.

Se requiere en la invitación a orar, también visibilizar, sentir, denunciar, actuar; se requiere conciencia de la situación y hacerla llegar al ámbito educativo, a las políticas públicas, a las estructuras sociales y religiosas. No basta rezar sin trabajar decididamente por cambiar las condiciones estructurales y culturales que incitan o permiten la violencia de género.

Orar con la perspectiva de Jesús: ¿De qué sirve decir ¡señor, señor!, si no amo a mis hermanas? Que la invitación del Papa, sea invitación también de cada una y uno desde la comunicación profunda con el Dios de la vida, para cuidarnos y atender el sufrimiento de manera directa, rebelándonos ante las injusticias, buscando cambiar las estructuras de pecado. Que nuestra or-acción por las mujeres víctimas de cualquier tipo de violencia, comprometa nuestra vida en favor de una sociedad y una Iglesia más inclusivas.