“Tejieron la palabra con hilos de fe y justicia, hoy su voz sigue bordando nuestra historia.”

02.11.2025
El Día de lxs Fieles Difuntxs nos invita a hacer memoria, a mirar hacia atrás sin nostalgia y hacia adelante con esperanza. No se trata de un ejercicio de tristeza, sino de comunión. En este día, recordamos a quienes ya no están en cuerpo, pero cuya presencia se hace viva en nuestras palabras, en nuestras búsquedas y en los caminos que seguimos tejiendo.
Hoy colocamos en nuestro altar los rostros y los nombres de mujeres que dedicaron su vida a pensar a Dios desde los márgenes, desde los cuerpos, desde las heridas y los sueños de las mujeres. Teólogas que no se conformaron con repetir doctrinas, sino que se atrevieron a bordar nuevas preguntas, a entrelazar la fe con la experiencia cotidiana, y a nombrar a Dios con las voces que habían sido silenciadas.
Ellas (las teólogas feministas) tejieron la palabra con hilos de fe, justicia y ternura. En sus aulas, en sus escritos, en sus comunidades, dejaron huellas de sabiduría encarnada. Nos enseñaron que la teología no se hace solo con la mente, sino con todo el cuerpo; que la palabra de Dios no está encadenada a los templos, sino que respira en las luchas por la dignidad, la equidad y la vida plena de las mujeres.
Recordarlas hoy es un acto de gratitud, pero también de compromiso. Porque cada una de ellas abrió caminos que seguimos recorriendo, muchas veces entre espinas, con el mismo deseo de anunciar que Dios se hace presente en la historia humana, en la justicia que se construye desde abajo, en los gestos de cuidado y en las comunidades que no se rinden ante la opresión.
En el altar colocamos flores y velas, símbolos de un amor que no muere. Las flores nos recuerdan que la vida florece incluso en medio del polvo, y las velas nos hablan de esa luz que no se apaga, porque su brillo proviene de la esperanza. Así son también las palabras de nuestras teólogas: pétalos que siguen perfumando nuestras búsquedas, llamas que siguen encendiendo nuestras conciencias.
Su legado es tejido y trama. Cada reflexión suya es un hilo que se une al nuestro, formando una gran red de mujeres creyentes que piensan, rezan, estudian y actúan desde la certeza de que la fe también puede ser un acto de liberación. Ellas nos mostraron que el pensamiento teológico no está separado de la vida, que toda palabra sobre Dios tiene sentido cuando nace del amor y la justicia.
Hoy, desde este altar, elevamos una oración agradecida. Damos gracias por las vidas que iluminaron la historia de la teología feminista, por las preguntas que dejaron abiertas, por los libros que sembraron esperanza, y por los gestos cotidianos con los que humanizaron la fe. Pedimos aprender de su audacia, de su ternura y de su fidelidad a un Dios que se revela en las mujeres, en los pueblos y en la tierra.
Celebrar a nuestras difuntas es también renovar el compromiso de mantener viva su herencia. Cada vez que una mujer se atreve a pensar teológicamente desde su experiencia, cada vez que alguien encuentra consuelo en una palabra liberadora, cada vez que la Iglesia se abre a la voz de las mujeres, ellas vuelven a nacer.
La memoria de las que nos precedieron no es pasado: es fuerza presente que nos impulsa. En sus manos comenzó el tejido que hoy seguimos entrelazando con nuestras vidas. Por eso, su muerte no es ausencia, sino comunión. Y su palabra, tejida en fe y justicia, sigue bordando nuestra historia con hilos de esperanza.