Pentecostés, el soplo de la Ruah que desordena lo establecido.
Pentecostés no es solo una festividad litúrgica, sino memoria viva y experiencia profética que desestabiliza lo establecido y da voz a quienes han sido silenciadas. En el relato del libro de los Hechos (Hechos 2,1-11), el Espíritu Santo desciende en forma de lenguas de fuego y permite que personas de diversas procedencias hablen en sus propias lenguas, abriendo así una comunicación radicalmente inclusiva. Este hecho implica una ruptura profunda con toda exclusión, con la rigidez de las estructuras religiosas cerradas que buscan mantener el control y el orden patriarcal.
El Espíritu, o Ruah en hebreo, es el soplo divino que no se restringe a los espacios de poder, sino que irrumpe en las comunidades humildes y marginadas (Isaías 42,1-4). No está en las cúpulas clericales ni en los centros de autoridad, sino en el “estar juntos en un mismo lugar” (Hechos 2,1), entre quienes esperan, desean y también temen. La Ruah sopla donde quiere, desordena las jerarquías establecidas (Juan 3,8), y su presencia feminista se muestra en que no puede ni debe encasillarse ni domesticarse en estructuras patriarcales ni clericales.
Pentecostés confirma la profecía del libro de Joel, donde Dios promete derramar su Espíritu sobre toda carne, y que hijos e hijas, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, profetizarán (Joel 2,28-29; Hechos 2,17-18). Este derramamiento universal del Espíritu implica una apertura radical a la inclusión y a la transformación. Así, la exclusión tradicional de las mujeres, las disidencias sexuales, los pobres, los indígenas y otras personas marginadas, es desafiada desde el mismo texto bíblico. Todas y todos están llamados a ser portadores de palabra, justicia y esperanza.
En contraste con espiritualidades que han usado la Biblia para silenciar a las mujeres (1 Timoteo 2,11-12, interpretaciones patriarcales), Pentecostés libera la palabra y la experiencia de Dios. Esa lengua de fuego (Hechos 2,3) no distingue ni por género, ni por origen, ni por clase. Arde con la misma intensidad en cuerpos femeninos, migrantes, indígenas, campesinos, trans, y pobres. El Espíritu convierte a cada persona en sujeto teológico, en hablante autorizado del Dios que hace nuevas todas las cosas (Apocalipsis 21,5).
Este tiempo de Pentecostés feminista nos invita a abrir las ventanas de nuestras comunidades para dejar entrar el aire fresco de la Ruah que incomoda, que transforma y que pone en el centro a quienes han sido marginadas (Isaías 61,1-3). Nos impulsa hacia una espiritualidad encarnada y comprometida con la justicia, en la que la diversidad no se tolera pasivamente, sino que se celebra como signo inequívoco de la presencia divina (1 Corintios 12,12-27).
La Ruah de Pentecostés no ordena conforme al patriarcado; desordena desde la vida misma. Es una fuerza subversiva que inspira movimientos de mujeres, luchas por los derechos humanos, y búsquedas espirituales disidentes (Lucas 4,18-19). Es la voz que dice “No tengan miedo” (Mateo 28,5-6; Juan 14,27). Es fuego que no consume en destrucción, sino que enciende en la transformación y la esperanza (Éxodo 3,2; Hechos 2,3).
Hoy, más que nunca, necesitamos una teología que se deje quemar por ese fuego, que se atreva a traducir el mensaje en todas las lenguas, incluyendo las de las luchas feministas por justicia, autonomía y dignidad. Pentecostés es llamada a una iglesia y a una espiritualidad liberadora, que reconozca la acción del Espíritu en la diversidad de sus hijos e hijas, para construir comunidades de amor, justicia y verdad, lejos de toda exclusión y dominación.
Isabel Huerta
Cátedra de Teología Feminista
Referencia:
Biblia de Jerusalén. (2006). Desclée De Brouwer.
