"La ternura herida: Dios en la mesa del riesgo y la traición" Miércoles Santo

16.04.2025

En este Miércoles Santo, el Evangelio según san Mateo nos sitúa en el umbral del dolor: la traición ha sido pactada, el precio del amor ha sido fijado, y sin embargo, Jesús sigue eligiendo sentarse a la mesa. Desde una lectura de teología feminista, este gesto no es ingenuidad, sino una afirmación radical de una espiritualidad que resiste desde la ternura, incluso cuando sabe que va a ser herida.

Judas ha cerrado un trato: treinta monedas por la vida de aquel que había compartido camino, pan, intimidad. El relato no se detiene en la condena moral inmediata, sino que nos lleva a una escena profundamente humana y desconcertante: la cena compartida. Jesús, consciente de todo lo que se avecina, no se protege ni se aleja. Por el contrario, convoca a sus amigos, prepara el espacio del encuentro, y pronuncia con claridad dolorosa: "Uno de vosotros me va a entregar".

Desde la teología feminista, que reconoce en las emociones y los cuerpos espacios legítimos de revelación teológica, este momento es una epifanía de vulnerabilidad. Jesús no sólo conoce la traición; la nombra. No la disimula, no la evita. La pone sobre la mesa, junto al pan y al vino. En un mundo donde el poder muchas veces se ejerce ocultando las heridas, Jesús revela las suyas antes de que le sean infligidas, y lo hace desde una ternura lúcida, desarmada, ofrecida.

Los discípulos reaccionan con una pregunta que resuena también en nosotras: "¿Soy yo acaso, Señor?" Esta pregunta, repetida una y otra vez, no busca información sino consuelo, no exige certeza sino afirmación de inocencia. Pero Jesús no ofrece alivios superficiales; responde con un silencio que mira, que conoce, que ama incluso a quien lo va a traicionar. La traición no lo desarma; es el escenario donde su amor se vuelve más claro, más libre, más divino.

Y Judas pregunta también: "¿Soy yo acaso, Maestro?" En este pequeño giro del lenguaje —"Señor" frente a "Maestro"—, algunos han visto una señal de distancia, de ruptura. Pero más allá de las interpretaciones, lo que resuena es que incluso Judas es incluido en la dinámica del diálogo, de la posibilidad. Jesús no lo expulsa. No lo expone ante los otros. Le dice simplemente: "Tú lo has dicho". No hay grito, no hay castigo. Hay verdad, dicha con la misma voz que antes bendijo, enseñó y consoló.

La teología feminista nos enseña que el amor no necesita idealizar para ser verdadero. Jesús ama desde el conocimiento profundo, desde el saber del corazón herido, desde la ternura que no se esconde. Esta ternura no es debilidad; es el poder de una divinidad que no se impone, que no manipula, que no castiga. Es una ternura que se sienta a la mesa sabiendo que será traicionada, y aun así sirve el pan.

Nosotras, lectoras y caminantes de esta historia, también debemos preguntarnos: ¿A quién hemos vendido por comodidad, miedo o indiferencia? ¿A quién hemos negado un lugar en la mesa? ¿Qué ternura hemos herido por temor a exponernos? Esta lectura no nos condena, pero sí nos incomoda. Nos llama a una espiritualidad que no se escuda en la perfección, sino que se atreve a amar con consciencia, sabiendo que el amor auténtico no está exento de dolor.

Jesús, en este texto, es madre herida y persistente. Es amor que se ofrece sin garantías. Es ternura que no abandona, ni siquiera al traidor. Esta ternura, desde la teología feminista, es un acto de resistencia: frente a las monedas del poder, ofrece pan; frente al silencio del miedo, ofrece palabra; frente a la oscuridad de la traición, ofrece presencia.

En este Miércoles Santo, se nos invita no a juzgar a Judas desde lejos, sino a reconocer nuestras propias grietas, y a descubrir que incluso allí, el Cristo tierno y encarnado sigue poniendo la mesa. Y eso, aunque duela, es buena noticia.