La Sagrada Lucha de mujeres en el trabajo

01.05.2022
Claudia Aguirre Macossay

“A mediados del siglo pasado, cada vez trabajaban más mujeres en las fábricas, sobre todo a causa de los conflictos bélicos. 
Durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial, los hombres fueron a luchar al campo de batalla y las mujeres les sustituyeron en las fábricas para no perder la producción.
El famoso cartel “We can do it” [Nosotras podemos] fue creado en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) para levantar el ánimo de la población.
Las mujeres jugaron un papel fundamental para mantener el país en marcha: ocuparon el lugar de los hombres en las fábricas y consiguieron que la economía no se derrumbara.
El cartel muestra a una mujer con el moño de trabajo, 
levantando su brazo como símbolo de fuerza y poder de las trabajadoras.
En la década de 1980, el cartel se convirtió en un símbolo del movimiento feminista”

Las mujeres y el mundo laboral: Retos que enfrentamos

En pleno siglo XXI, ¿Podemos seguir considerando que el trabajo es Sagrado? Históricamente han habido luchas relacionadas con el mundo laboral, como son la cantidad de horas para una jornada, salarios dignos, ambientes favorables, la inclusión de quiénes por una u otra razón se les ha negado la posibilidad de acceder dignamente a este mundo, este ha sido el caso de muchas mujeres.
En esta historia se han ido pasando también algunas herencias invisibles como son, las cargas excesivas, jornadas injustamente remuneradas, el acoso, hostigamiento, la discriminación por estereotipos de belleza, la edad. Es una herencia invisible que muchas veces no se ventilan y sin embargo existen y están presentes en la vivencia de muchas.  
¿Qué retos enfrentan las mujeres hoy en los ambientes laborales? ¿En qué consisten esas herencias invisibles?
La vida laboral ha ido adquiriendo cada vez más relevancia en el ser humano. Contar con un trabajo o no, puede llegar a ser determinante en la vida de las personas. Hasta hace algunos años era considerado como una experiencia a través de la cual el hombre y la mujer podían humanizarse y desarrollar capacidades que permitían la realización y la creación de vínculos para la convivencia y la referencia social; sin embargo, desde antes de la Pandemia el mundo del trabajo venía atravesando importantes crisis que, ahora después de los confinamientos vividos por la Covid 19, se han hecho mucho más visibles, palpables y quizá irreversibles. 
La pandemia de Coronavirus ha impactado en muchos aspectos de nuestra vida y de nuestras sociedades, el mundo del trabajo no ha sido la excepción. Hombres y mujeres pasamos por las dificultades que ha traído consigo la serie de reajustes que ha implicado el sostenimiento de nuestras economías y de la Economía de nuestros países por esta causa. Sí antes de la Covid-19 las condiciones de trabajo digno para las mujeres parecían lejanas, ahora parece mucho más grande ese abismo de posibilidad. Según el informe del Banco Mundial, “alrededor de 2400 millones de mujeres, en edad de trabajar en el mundo, no tienen igualdad de oportunidades económicas”. 
Esto después de la pandemia, ha colocado en condiciones de mucha más vulnerabilidad a las mujeres, sobre todo a aquellas que se ubican en empresas o instituciones que no priorizan como parte de su cultura organizacional, favorecer condiciones dignas para el desempeño de su trabajo. En muy pocas empresas, se hace suficiente difusión de protocolos de seguridad, específicamente para las mujeres y poco se habla de sus derechos.
Para este mundo en el que vivimos, “tener un trabajo” pareciera un privilegio y no un derecho. Tener acceso a la vida económica, supone estar dispuestas a negociar o a veces hasta renunciar a los tiempos de ocio, estilos de vida, proyectos personales, a la salud mental y valores. Por la necesidad de contar con un empleo, a través del cual se pueda resolver la subsistencia, muchas mujeres se ven en la necesidad de asumir horarios excesivos, “dobles turnos”, trabajos forzosos; horarios esclavizantes, salarios que están lejos de hacer frente a sus necesidades; sufren situaciones de acoso de cualquier tipo, hostigamientos y coexisten en ambientes de malos tratos. Conjugar los binomios de trabajo y familia o trabajo y vida personal son cuestiones que parecen un imposible.
Los discursos de “equidad” no han sido comprendidos del todo, ya que, desde los esquemas superficiales o utilitaristas, consideran que se trata de una aparente igualdad, es decir, creen que homologar cargas excesivas a todas y todos por igual o con tener el mismo número de hombres y mujeres en un centro de trabajo. Se conforman con eso. Sin embargo, los procesos de emancipación de la mujer son vistos en la empresa con cierta sospecha, se asocian con violencia o con necesidades mal entendidas. 
Frente a esta realidad tan llena de complejidades se agregan las cuestiones que en muchos contextos cada vez son más comunes, la violencia y la inseguridad hacía las mujeres. Hasta octubre del 2020, se tenía registro de 1 de cada 4 mujeres violentadas en su trabajo; principalmente de tipo sexual o de carácter discriminatorio. 
Por cada mujer que accede al empleo formal, hay sin fin de esfuerzos en la vida cotidiana y que muchas veces es parte ya de esas herencias invisibles. No se habla muchas veces de estas (herencias) pero se viven, se sienten, tocan hondo la vida de muchas. Consciente o inconscientemente cargamos con ellas.
Al inicio de este texto retomábamos la historia del Cartel (We Can Do It – Nosotras podemos) y que durante mucho tiempo tuvo un significado importante dentro de la experiencia laboral de las mujeres en Estados Unidos. La postura de la mujer que aparece en la imagen refleja fuerza y poder. El moño es un símbolo del trabajo o laboriosidad. La lectura del cartel pudiera dejarnos en la interpretación superficial de una fuerza o poder que se ubica solamente en lo material o físico; es decir, el cartel tiene la cualidad de plasmar en la figura femenina una característica que comúnmente es atribuida a los varones, no en vano fue retomado como símbolo de movimiento feminista. ¿Son realmente, fuerza y poder, aspectos que las mujeres mostramos e inspiramos en nuestro mundo laboral?  



Señales de Esperanza en el mundo del trabajo
Los objetivos de la agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible incluyen el trabajo decente. El mundo laboral es visto con preocupación y propuesta. El que hombres y mujeres tengamos accesos dignos a esta parte de la vida económica del mundo puede ser visto como una buena señal, sin embargo, la historia de las luchas de Derechos Humanos nos ha enseñado que hay una gran distancia entre el discurso y las acciones de las empresas o instituciones. 
No obstante, es importante decir que existen señales de esperanza. Las mujeres ejercen una gran fuerza y poder en el mundo laboral y no es precisamente desde el punto de vista físico como analizábamos en el cartel. Se trata de algo mucho más profundo. 
No podemos negar que en los mismos espacios de trabajo encontramos a mujeres en conflictos:


1) Mujeres con otras mujeres.

2) Hombres conflictuados con algunas mujeres. 

3) Autoridades de la empresa en conflicto con ciertas mujeres 

4) Y conflictos propiciados por los responsables de algún área de la empresa en donde se encuentran involucradas mujeres.


Se necesitaría indagar en el papel de las mujeres que pasan por una alguna de estas situaciones para saber la lógica desde la que viven estas realidades.

En algunas ocasiones me ha tocado escuchar al director de cierta área, insistir a su equipo inmediato, en donde la mayoría son mujeres, con un discurso de superioridad frente al resto del equipo de trabajo, señala una y otra vez la frase de “no abajarse…como ellxs” y a la misma vez, acompaña su discurso de una invitación a propiciar el trabajo en equipo. Es interesante ver cómo se genera la contradicción y el conflicto interno en estas personas a la hora de operar o echar a andar algún proceso de trabajo. Están cerca, pero están lejos. Son del equipo, pero no saben de cuál equipo...


Tampoco debemos dejar de lado la realidad de que las empresas las hacemos las personas. En sí misma la empresa o la institución es hueca, no por contar con principios y valores que se plasman en un escrito, quiere decir que las personas proceden automáticamente o estén identificados con ello. No siempre y no todas las personas que tienen a su cargo la misión de una empresa la asumen con compromiso. Muchas veces no están preparados para vivir desde una ética personal sus relaciones laborales. 


En una ocasión me comentaban ciertas mujeres trabajadoras del área de intendencia, de cómo su jefe inmediato les llamaba la atención cada vez que las veía reunirse en un mismo sitio para hacer el desayuno. Pese a que el centro de trabajo promueve en sus valores el sentido de familia, les amedrentaba cuando las veía coincidir en algún momento del día. 

No solo por los valores de la institución, sino por un derecho humano laboral, las personas trabajadoras tienen derecho a reunirse (derecho a la organización colectiva)


En el sentido contrario debemos mencionar a hombres y mujeres que asumen tener a su cargo, personal para el desempeño del trabajo y lo hacen comprometidos con acciones de cuidado justo, median sabiamente entre las demandas cotidianas y evitan cualquier posibilidad de preferencialísmo. Propician el reparto justo y equitativo de las actividades e impulsan para que las personas se involucren en el trabajo con seguridad y libertad. 

Es mucho lo que podemos decir acerca de la empresa y los representantes de las mismas; sin embargo, es importante rescatar que hoy por hoy ante las ineficientes condiciones que muchos trabajadores y trabajadoras viven hacía adentro de sus centros de trabajo, es urgente que las instituciones y empresas, se comprometa con sus propios colaboradores y colaboradoras a ser visiblemente lugares en donde se promueva la justicia, la paz y el cuidado de la creación. Esto supone adoptar una verdadera cultura de auto- revisión, auto-evaluación y auto-transformación.

 

Nuestra fuerza y poder en el trabajo
La Parábola de la Moneda Encontrada puede ayudarnos a explicar en qué consiste nuestra fuerza y poder en el trabajo.
“Y si una mujer tiene diez monedas de plata y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a las amigas y vecinas para decirles: "¡Dadme la enhorabuena! He encontrado la moneda que se me había perdido"

Bien sabemos que se trata de una parábola que habla de la búsqueda incansable de Dios. La parábola de la moneda perdida está en el mismo sentido que la del “Hijo Pródigo” o de “La oveja perdida”. Nos refleja la imagen de un Dios que es capaz de buscar aun cuando “aquello” se tiene por perdido. Nos dice de Dios aquello que también vemos en la realidad, cuando ellas se viven desde su fuerza y su poder. 

En esta comparación que usa Jesús se ven características de esa búsqueda de Dios, pero también características de ellas, que nos hablan de Dios. Estos gestos los descubrimos en la experiencia de muchas mujeres que aprenden a sobrellevar lo cotidiano de su vida laboral. 


a) A una mujer se le pierde una de sus monedas.
Perder algo alude a vivir un vacío o ausencia. En el trabajo solemos encontrar a compañeras que se han acostumbrado a vivir con el vacío o la pérdida de sus derechos. Asumen con aparente resignación los malos tratos, la falta de confianza por parte de sus jefes o jefas inmediatas, la discriminación por su forma de ser, por la edad o por su imagen. Son aquellas compañeras que a veces nos comparten constantemente de sus problemas o incluso, no comparten nada. Viven el trabajo como la haría una misma máquina, en silencio, haciendo lo que le toca y sin mostrarse cómo es ella misma, delante de los demás. 


En una ocasión escuchaba a una señora que compartía su dolor de haber perdido a su hijo de forma terrible… El día que se presentó a trabajar, después del funeral, fue recibida por su jefe con palabras y gestos de incredulidad acerca de los hechos. En el primer momento del día se le anunció que sería removida del sitio donde estaba trabajando para irse a uno con mayor demanda, la compañera que abandonaría esa área le dejo una bolsa con un recado en el lugar en donde dejan sus pertenencias: En la bolsa había lonche de frijoles y el recado decía, “ya te dejé adelantado un poco del trabajo de hoy…no le digas a nadie” Esto ha dado pie para que, a la salida del trabajo, esta mujer tenga con quien platicar un poco de sus penas…

El pasado 8 de marzo día que conmemoramos la lucha de los derechos de las mujeres, desde temprano colocaban varias compañeras un tendedero con frases alusivas. El director del sitio se acercó a cuestionar, por qué no se le había notificado, pidió que entonces también hicieran lo mismo el día del hombre… se negó por completo a respaldar la actividad hasta que un compañero (varón) de trabajo se le acercó a cuestionarle: ¿qué es lo que más te afecta, ¿Qué no se te halla avisado? O que ¿ellas tomaron una iniciativa? – Él durante todo el día evitó a hablar del tema, pero gracias a este gesto del compañero, pudieron surgir conversaciones (entre compañeras y compañeros de trabajo) con relación al cómo formarnos frente a este tema. 

b)¿No enciende una lámpara, barre la casa, busca con cuidado hasta encontrarla?

El relato de la parábola presenta de inmediato un movimiento: el de buscar. Pudiera ser obvio mas no es así, Jesús no coloca a la mujer de la parábola estática. 
Y si una mujer tiene diez monedas de plata y se le pierde una, ¿no se sienta a esperar…? 

Sí la pregunta nos la hiciera hoy Jesús, refiriéndose en la moneda a la dignidad de las mujeres, imaginemos que sonaría así: 
Y si teniendo claros tus derechos, se te pierde uno, ¿no enciendes una lámpara, barres la casa y buscas con cuidado hasta encontrarlo?  
Aunque este relato expresa la pregunta en primera persona, imaginemos a Jesús haciendo el cuestionamiento de forma colectiva: 
Y si teniendo claros los derechos de cada una de tus compañeras, se pierde uno, ¿no enciendes una lámpara, barres la casa y buscas con cuidado hasta encontrarlos?  
La respuesta es sí. Cuando tenemos la luz encendida, es decir, la conciencia del valor de la persona no por lo que hace o deja de hacer, sino por lo que es, podemos encender lámparas, barrer, buscar con cuidado para que ella o él mismo puedan recuperar su moneda, su derecho. Mientras la luz de nuestra conciencia humana esté apagada no se podrá buscar y mucho menos encontrar. ¡Qué importante es saber identificar lo que se pierde, al no reconocer nuestros derechos y los de cada compañera y compañero de trabajo! En esta parábola notamos que aun cuando se perciba cierta seguridad (las nueve monedas) es necesario parar “por una sola” perdida. Cuando la otra pierde, perdemos todas y todos. 
 Nuestras rutinas cotidianas amenazan con hacernos insensibles frente al otro o la otra. El miedo a perder nuestro trabajo (como fuente de subsistencia) nos puede llevar a aliarnos a cotos de poder que sólo privilegian a pocos y seguimos contribuyendo a sostener las herencias invisibles que tarde o temprano afectan a la persona, a la producción, a los objetivos de la empresa y en un mediano plazo, al tejido social. 
En nosotras habita el gesto, el impulso a buscar caminos de posibilidad. Necesitamos encender lámparas para ver y percibir cuándo es el mismo sistema patriarcal el que nos coloca en una insana competencia. La confrontación en la que muchas veces un jefe pone a dos mujeres, la manipulación de los principios y valores de una persona por cuestiones “laborales”, es un ejemplo de que sigue la moneda perdida. La solidaridad, el acompañamiento mutuo, la resistencia por amor, la confianza son señales de que estamos barriendo y encontrando formas nuevas de ser colectivos humanos que superan estructuras viciadas de autoritarismo, nepotismo y exclusión. Mientras los representantes o jefes de las empresas no entren en una verdadera y auténtica dinámica de transformación, el desafío de las personas trabajadoras, seguirá siendo la búsqueda de la defensa y el cuidado de las formas de relación que vayan salvaguardando los derechos humanos laborales, desde las relaciones interpersonales y la apuesta por la dignidad de las otras (os).
He podido ser testigo de cómo una dificultad o atropello vivido en los ambientes de trabajo, ha hecho que mujeres logren buscar juntas formas para enfrentar la situación. Se encarna de forma tangible la ayuda, la solidaridad, la sororidad. 

c) “…reúne a las amigas y vecinas para decirles: "¡Dadme la enhorabuena! He encontrado la moneda que se me había perdido"


Existen muchos procesos vivos y conscientes en las empresas o instituciones, en los que mujeres se cuidan, apoyan y respaldan. Se han colocado por encima de las causas, para proponerse ser mujeres que resisten los diferentes tipos de violencia y tejer formas de cuidado colectivo. Enfrentan los abusos de poder desde otras lógicas que les permitan de momento no poner en riesgo su trabajo, dadas las experiencias de despidos injustificados. Aprenden a acompañarse entre ellas para gestionar el miedo y para buscar soluciones que vayan dando la posibilidad día a día de vivir el trabajo con un poco de más libertad y seguridad. Es preciso compartirnos las experiencias que son como esas recetas de cocina, o saberes que se guardan como parte de la riqueza de un pueblo o familia. Pasar una herencia diferente a las mujeres y por qué no, hombres que se incorporan a los ambientes laborales en donde estamos. 

En nuestros espacios podríamos ser mujeres sabedoras de cómo acompañar colectivamente a otras en sus búsquedas, ser quienes prendamos la luz de otro u otra, para generar espacios de apoyo, de escucha, de reconocimiento, valoración, impulso para vivir con alegría, sentido y realización nuestra vida laboral.