“El primer día de la esperanza: mujeres que anuncian la vida” Domingo de Resurrección

20.04.2025

El domingo amanece y con él, el relato más insólito y subversivo de toda la tradición cristiana: el sepulcro está vacío. En medio del dolor, del desconcierto, de la muerte institucionalizada, algo nuevo ha irrumpido sin permiso, sin preaviso, sin protocolo. No hubo testigos poderosos, no hubo fanfarrias celestiales. Solo mujeres, esas que habían permanecido junto a la cruz y al sepulcro, se atrevieron a ir de madrugada. Ellas, movidas por el amor y por la fidelidad, fueron las primeras en descubrir que la muerte no tuvo la última palabra. La Resurrección, entonces, no comenzó con un milagro espectacular, sino con un gesto íntimo y profundamente político: buscar entre los muertos al que vive. Y creerlo, aunque no todo esté claro aún.

Las mujeres no solo descubren el sepulcro vacío, sino que se convierten en las primeras anunciadoras de la buena noticia. En un contexto donde sus voces no eran consideradas dignas de credibilidad legal, Dios decide confiar en ellas para anunciar la vida. Es un gesto teológico radical. Como lo señala Mercedes Navarro (2008), "el hecho de que las mujeres sean las primeras testigos de la resurrección no es anecdótico, es una declaración de principios sobre el modo en que Dios subvierte los criterios humanos de autoridad" (p. 143). La resurrección no solo revierte la muerte, sino también las estructuras de poder y exclusión que habían intentado sofocar la dignidad humana.

Elsa Tamez, al leer los textos paulinos desde América Latina, nos recuerda que la resurrección es también una denuncia de todos los poderes que crucifican. "El mensaje pascual es una afrenta para quienes se benefician de la muerte, porque afirma que la vida resurge incluso desde los sepulcros más sellados" (Tamez, 2002, p. 96). Esta afirmación es profundamente política y profundamente espiritual. La resurrección no es evasión, no es olvido del sufrimiento. Es, más bien, su superación activa. Es la irrupción de una esperanza que no niega el dolor, pero no se deja dominar por él.

María Pilar Aquino, en su teología comprometida con las mujeres latinoamericanas, sostiene que la resurrección nos llama a reconfigurar nuestras prácticas, no solo a nivel personal sino estructural. "La Pascua es un llamado a desmontar los sistemas que producen muerte, y a crear relaciones justas, afectuosas, inclusivas" (Aquino, 1998, p. 203). En este sentido, la resurrección no es solo un evento del pasado, sino una posibilidad siempre presente que nos empuja a vivir de otra manera, a construir desde ahora el Reino que Jesús proclamó.

La liturgia de este día, llena de luz y de canto, refleja algo que las teólogas feministas han recordado constantemente: la fe no es solo cruz y dolor, también es fiesta, gozo y celebración. El cristianismo no es una espiritualidad de la derrota, sino de la vida nueva. La experiencia de las mujeres en la mañana de Pascua es también una experiencia de transformación: de buscadoras a anunciadoras, de dolientes a profetas, de silenciadas a portadoras del mensaje central de la fe. Como dice el evangelio de Juan, es María Magdalena quien escucha su nombre en la voz del resucitado, y es desde esa intimidad restaurada que se le encomienda la

misión: "Ve y dile a mis hermanos" (Juan 20,17). Ella es la apóstol de los apóstoles, no por título, sino por experiencia.

En las comunidades de base, en los grupos de mujeres, en los espacios de lucha popular, la Pascua cobra rostro concreto. No es un mito lejano, sino una práctica viva. Las mujeres que celebran la vida en medio de la pobreza, que cuidan a sus comunidades, que resisten al extractivismo, que sanan los cuerpos y las memorias, están anunciando la resurrección cada día. La vida resucita en el abrazo, en la olla popular, en la danza colectiva, en el canto que no se apaga. En contextos de muerte, la alegría es también resistencia. Como lo afirma la teóloga afro-brasileña Sílvia Regina de Lima, "celebrar es afirmar la vida frente a la cultura del descarte" (Lima, 2015, p. 78).

La resurrección nos confronta con el futuro. No como evasión, sino como horizonte de sentido. Es la confirmación de que el proyecto de Jesús no fue en vano. Que el amor encarnado, aun cuando es crucificado, vuelve a levantarse. Y no lo hace solo para sí, sino para contagiar de vida a toda la creación. La alegría pascual, entonces, no es solo emoción, sino ética. Es un llamado a vivir desde la esperanza, a organizar la vida personal y comunitaria desde el amor, la justicia, la dignidad.

Las mujeres que fueron al sepulcro no recibieron una receta ni un dogma. Recibieron una misión: anunciar. Y eso implica poner el cuerpo, enfrentar la incredulidad, sostener el mensaje aun cuando otros lo duden. Ser pascuales es, hoy, seguir encarnando esa vocación. Es hablar de vida en medio de las muertes sociales. Es sembrar ternura donde hay violencia. Es insistir en la dignidad donde hay despojo. Es cuidar lo común, celebrar lo pequeño, defender lo diverso. Es, en definitiva, vivir como si la resurrección fuera verdad. Y lo es.

En este domingo de resurrección, que el anuncio pascual no sea solo una afirmación litúrgica, sino una experiencia existencial. Que podamos, como María Magdalena, escuchar nuestro nombre en la voz del Resucitado, y salir a contar lo que hemos visto y vivido: que la vida es más fuerte, que la muerte no tiene la última palabra, que el amor vence. Porque, como dice el evangelio, el primer día de la semana amanecía, y con él, también nuestra esperanza.

Referencias

Aquino, M. P. (1998). Teología feminista latinoamericana: una hermenéutica de la vida. Verbo Divino.

Navarro, M. (2008). Las mujeres en los orígenes del cristianismo. Editorial Trotta.

Tamez, E. (2002). Contra toda condena: La justificación por la fe desde los excluidos. Verbo Divino.

Lima, S. R. de. (2015). "Celebrar la vida en los márgenes". En Mística y liberación: voces de mujeres del Sur. Red Latinoamericana de Teología.

Schüssler Fiorenza, E. (1994). Jesus and the Politics of Interpretation. Continuum.

Gebara, I. (2004). Teología ecofeminista: ensayos para repensar el conocimiento y la religión. Trotta.