Discriminación racial: imposibilidad de relaciones equitativas

21.03.2022
Nathália Montezuma1

Ojalá que no fuera necesario escribir sobre discriminación racial en pleno siglo XXI; sin embargo, el racismo, como parte del proyecto de tabula rasa del conquistador europeo, es omnipresente hoy en día. La discriminación racial –entendida como un trato diferenciado por cuestiones de lo que se entiende como “raza”–sitúa a las personas no blancas en una condición de hostilidad, subalternidad e inferioridad. Un ejemplo contemporáneo de discriminación racial es el trato que se les ha dado a las personas extranjeras no caucásicas que han intentado salir de Ucrania. No obstante, la discriminación racial sucede en todo momento, cuando a personas “de color” se les niegan oportunidades de empleo, se les considera sospechosas de delitos, se les clasifica de acuerdo a estereotipos, o se les niega la posibilidad de representar en piezas teatrales a María o Jesús –mas no al diablo o a los barbajanes que acompañaron a Jesús en la cruz. En suma, la discriminación no ocurre a lo lejos sino que acontece en cada lugar y cada momento en el que actuamos como cancerberas de oportunidades del prójimo, según el grado de melanina de su piel. En la base de la estructura social del mundo contemporáneo yacen dos categorías (entre muchas) objetificadas: ser mujer y ser negra(o). Simone de Beauvoir decía que no se nace mujer sino que se llega a serlo. Lélia Gonzalez, en otro tiempo y contexto, arribó a una premisa similar al decir que a gente não nasce negro, se torna negro. En mi caso, pasé por el doble y arduo proceso de tornarme una mujer negra. Arduo, sí, por cohabitar en una sociedad que, constantemente, me intenta “denigrar” por mi género y mi raza. Las mujeres negras, en nuestra pluralidad, hemos sido endémicamente afectadas por actos discriminatorios de racismo y sexismo (dos frutos del pasado colonial), orillándonos a un estado de abusos interminables. Al escribir sobre discriminación racial me conecto con mi fe cristiana y con mi feminismo, dos acciones críticas de las estructuras de dominación y opresión. Me pregunto, ¿qué dice nuestra fe delante de esto? Desde mi perspectiva, nuestra fe en la Divinidad debe dirigirnos a la inclusión, la interculturalidad y la igualdad. En ese sentido, recuperar la Teología Negra Feminista es una esperanza para combatir los estereotipos que estigmatizan a las personas negras en el entorno socioeclesial. La Teología Negra Feminista permite, además, expandir nuestro discurso y práctica teológica, yendo de una teología reflejo (del “primer mundo” racista, patriarcal, monocultural, clasista, opresor, homofóbico, imperialista, etc.) a una teología raigal, construída a partir de la fevivencia de las mujeres negras. Digo fevivencia, porque se trata de la experiencia de fe y de vida de cualquier persona para poder comprender su mundo. Un lugar común es creer que la experiencia de fe puede darse solamente entre la Divinidad y el individuo, cuando es en el contacto con lo plural donde podemos encontrar una fevivencia diversa y horizontal. Una alternativa para combatir la discriminación racial es crear una conciencia autocrítica del sistema opresor que nos lacera en múltiples dimensiones. En ese sentido, la Teología Negra Feminista es vital, no solamente para las sujetas negras, pues busca liberar a cualquier oprimido y opresor. Otra alternativa es crear una conciencia colectiva en la que el nosotras(os) sea un camino para construir relaciones equitativas. Mientras permanezcamos en contemplaciones y discursos llanos, el Día Internacional de la Eliminación contra la Discriminación Racial quedará como una fecha más en nuestros calendarios.



 1 Teóloga por la Universidade da Grande Dourados-USA. Maestranda en Estudios Críticos de Género y Teología por la Comunidad Teológica de México. nathaliamontezuma@gmail.com.