Danzar con la Trinidad, una espiritualidad de reciprocidad, comunidad y justicia.

15.06.2025

En este domingo, la liturgia cristiana nos invita a contemplar el misterio de la Trinidad, Dios en tres personas, distintas y coeternas, que viven en una comunión inquebrantable de amor. Para muchas personas, esta doctrina ha sido percibida como abstracta, lejana, difícil de comprender o incluso ajena a la vida cotidiana. Sin embargo, desde las teologías feministas, esta celebración puede ser resignificada como una invitación profunda a reimaginar nuestras relaciones humanas, nuestras estructuras sociales y nuestras espiritualidades desde la clave de la interrelacionalidad, la igualdad y la reciprocidad.
Lejos de ser un dogma frío, la Trinidad es, en su núcleo, una danza de amor. No un amor jerárquico ni asimétrico, sino un amor fluido, dinámico, en el que ninguna de las personas se impone sobre las otras, sino que se entregan mutuamente en un eterno acto de comunión. Vivir en la Trinidad, desde una perspectiva feminista, es reconocer que Dios no es un ser solitario y patriarcal sentado en lo alto de un trono, sino una red de relaciones igualitarias que nos llama a reproducir esa lógica en nuestras propias comunidades es “el misterio de Dios no es un problema para ser resuelto, sino una realidad en la que vivir”( LaCugna, 1991)
Las imágenes patriarcales que han predominado en la teología tradicional de Padre omnipotente, Hijo obediente, Espíritu subordinado han servido para legitimar modelos jerárquicos en la Iglesia, en la familia y en la sociedad. Frente a eso, las teologías feministas recuperan la posibilidad de nombrar y pensar a la Trinidad desde otros lenguajes: Diosa Creadora, Sabiduría Encarnada, Soplo de Vida; Madre, Amiga, Compañera; Fuente, Rayo, Fuego. No se trata solo de cambiar palabras, sino de subvertir imaginarios que han hecho de Dios una justificación del poder masculino, para abrirnos a una experiencia del Dios trinitario como comunidad amorosa e inclusiva.
En un tiempo marcado por múltiples crisis (climática, política, de cuidados, de sentido), celebrar la Trinidad es una oportunidad para afirmar que nuestras vidas están entrelazadas, y que el modelo divino no es el dominio, sino la comunidad. La Trinidad no vive en aislamiento, sino que se desborda hacia la creación, la abraza, la habita. Así, toda teología trinitaria tiene implicaciones éticas, nos interpela a construir relaciones donde nadie quede fuera, donde las diferencias no sean causa de exclusión, sino riqueza compartida.
Desde las mujeres y los cuerpos feminizados, históricamente marginados de la reflexión teológica y del ejercicio del poder eclesial, pensar la Trinidad es también afirmar nuestra dignidad y capacidad de nombrar a Dios desde nuestras experiencias. Es decir que Dios no se nos revela únicamente en los templos ni en los tratados dogmáticos, sino también en las ollas compartidas, en las luchas comunitarias, en las maternidades diversas, en las redes de apoyo mutuo, en las espiritualidades encarnadas que sostienen la vida.
La Trinidad, entendida como comunión relacional, nos invita también a pensar la teología desde la estética de la vida. Como sugiere Ángel Méndez, Dios no solo se revela en lo que decimos sobre Él, sino en cómo nos alimentamos, nos tocamos, nos cuidamos. Lo trinitario es también lo corporal, lo afectivo, lo cotidiano. Hay una dimensión gustativa, sensual y ética en esta comunión divina: saborear a Dios en el alimento compartido, en el cuerpo reconciliado, en la mesa extendida que desafía todo orden excluyente. La Trinidad nos llama, desde ahí, a una hospitalidad radical, donde el amor no se dice solamente, sino que se cocina, se sirve, se huele, se encarna.
Las mujeres teólogas nos han enseñado a buscar a Dios en la vida cotidiana, a hacer teología desde los márgenes, a escuchar la voz de la Ruah que sigue soplando en medio del caos. Ellas nos recuerdan que creer en la Trinidad no es afirmar una fórmula, sino comprometernos con una práctica de fe que honre la diversidad, la equidad y la justicia.
En esta fiesta, entonces, no contemplamos un misterio inaccesible, sino una imagen divina que nos inspira a tejer comunidades donde la autoridad se comparte, el cuidado se reparte y las decisiones se toman en círculo. Una comunidad donde cada persona es plenamente sí misma y, a la vez, parte de un todo más grande. Una comunidad donde la fuerza de la vida fluye libre, sin controles ni imposiciones, como el Espíritu que “sopla donde quiere” (Jn 3,8).
Celebrar la Trinidad es comprometernos con un Dios que es relación, no dominio; que es comunión, no jerarquía; que es amor en movimiento, no rigidez doctrinal. Es hacer teología no para controlar, sino para liberar. No para excluir, sino para incluir. No para domesticar el misterio, sino para habitarlo con asombro y con responsabilidad.
Que esta solemnidad nos encuentre abiertas a la danza trinitaria, y nos desafíe a reproducir en nuestras vidas y comunidades esa lógica de amor, equidad y solidaridad que habita en el corazón mismo de Dios.
Isabel Huerta
Cátedra de Teología Feminista
Referencias
• Gebara, I. (2002). El rostro oculto de Dios: El sentido religioso en la experiencia de las mujeres. Trotta.
• Isasi-Díaz, A. M. (1996). En la lucha: Elaboración de una teología feminista hispana. Abya Yala.
• Johnson, E. A. (2005). Verdadera y santa Trinidad, un solo Dios. En La que es: El misterio de Dios en el discurso feminista. Herder.
• LaCugna, C. M. (1991). God for Us: The Trinity and Christian Life. HarperOne.
• Méndez Montoya, A. (2009). Teología de la alimentación: Sabores, aromas y saberes del cuerpo. Ediciones Akal.