"Cuerpo, mesa y servicio reflexiones desde el Jueves Santo" Jueves Santo
El Jueves Santo es el día en que la liturgia cristiana recuerda dos gestos esenciales de Jesús: el lavatorio de los pies y la institución de la eucaristía. Dos gestos que se han convertido en rito, pero que corren el riesgo de ser despojados de su profundidad subversiva y encarnada cuando se leen desde marcos patriarcales o puramente simbólicos. La teología feminista, con su insistencia en rescatar el cuerpo, las relaciones, el cuidado y la justicia, propone una relectura crítica y esperanzadora de este día. Una relectura que no romantiza el servicio ni espiritualiza el dolor, sino que reconoce en estos gestos una pedagogía del Reino que pone en el centro los cuerpos, los vínculos y la memoria subversiva de Jesús.
El gesto que descoloca: lavar los pies como acto político-teológico
El relato de Juan 13 describe con detalle cómo Jesús, en medio de la cena, se levanta, se quita el manto, se ciñe una toalla y comienza a lavar los pies de sus discípulos. No es un gesto espontáneo: es un acto consciente, elegido, cargado de sentido. En una cultura donde lavar los pies era tarea de esclavos o mujeres de clase baja, Jesús subvierte los roles establecidos y se coloca deliberadamente en la posición de quien sirve desde abajo.
Desde una lectura feminista, este gesto no es solo un símbolo de humildad; es un acto de resistencia y de solidaridad radical. "Jesús se despoja del poder patriarcal para abrazar el poder del servicio, que es poder con, no poder sobre", afirma Letty M. Russell (1985). Esta distinción es clave: el poder patriarcal impone, domina, jerarquiza. El poder relacional que Jesús encarna se basa en el cuidado mutuo, en la dignificación del otro a través del contacto, la atención, la corporeidad.
Mercedes Navarro Puerto, biblista feminista, destaca que el gesto de lavar los pies no solo se sitúa en la esfera del servicio, sino en la intimidad corporal: Jesús toca los pies, símbolo de vulnerabilidad y cansancio, de camino recorrido. "En el gesto de lavar, tocar y secar los pies se entrelazan el cuerpo, la historia personal y la relación", escribe Navarro (2007). Desde ahí, el lavatorio no puede ser leído como una simple liturgia, sino como un acto político que dignifica a quienes han sido históricamente despreciados por su cuerpo, su clase, su género o su función social.
Una eucaristía tejida desde la memoria de las mujeres
El otro gran símbolo del Jueves Santo es la cena pascual, convertida en la eucaristía cristiana. En los relatos sinópticos (Mc 14, Mt 26, Lc 22), Jesús toma pan, lo parte y lo reparte, diciendo: "Esto es mi cuerpo". Luego toma la copa y la ofrece como "mi sangre, que será derramada". Este acto, muchas veces repetido en los altares, ha sido también interpretado desde claves sacrificiales, a veces incluso doloristas. Sin embargo, la teología feminista nos invita a recuperar este momento como un gesto profundamente comunitario, inclusivo y liberador.
Elsa Tamez, teóloga y biblista latinoamericana, nos recuerda que "Jesús no crea una liturgia aislada, sino un acto de memoria y de resistencia en un contexto de opresión imperial" (Tamez, 2002). La cena no es un ritual separado de la historia, sino una práctica concreta de hospitalidad, fraternidad y anticipación del Reino. Partir el pan es también romper con las estructuras de exclusión que marcaban quién podía o no sentarse a la mesa. En este sentido, la eucaristía no puede entenderse como propiedad exclusiva de una élite religiosa, sino como el memorial de un cuerpo que se entrega para que todes tengan vida, y vida en abundancia.
Además, si miramos con más atención los relatos del Nuevo Testamento, descubrimos que las mujeres no estuvieron ausentes en estas comidas. El Evangelio de Lucas menciona a las mujeres que seguían a Jesús y lo sostenían con sus bienes (Lc 8,1-3). Los evangelios apócrifos y la investigación bíblica reciente han resaltado el rol activo de muchas mujeres en las primeras comunidades cristianas. Como recuerda Elisabeth Schüssler Fiorenza, "la mesa eucarística fue lugar de inclusión, no de exclusión, y las mujeres participaron en la fracción del pan y en la conducción de las comunidades" (Schüssler Fiorenza, 1983). Recordar esto no es un acto arqueológico, sino un acto de justicia histórica y teológica.
La mesa como espacio de equidad y resistencia
Letty M. Russell propone pensar la mesa del Reino como una "mesa redonda" donde todes tienen voz y lugar. En su propuesta de "hospitalidad radical" (Russell, 1993), la eucaristía es el acto comunitario que anticipa el mundo nuevo: un mundo donde no hay jerarquías clericales, donde el pan se comparte y no se controla, donde las memorias de las mujeres, de los pobres, de las personas oprimidas tienen un lugar central.
Desde esta perspectiva, la eucaristía no puede desligarse de la justicia. Celebrar la cena del Señor mientras se niega el acceso a los cuerpos marginados (mujeres, personas LGBTIQ+, pueblos empobrecidos) es traicionar el gesto original de Jesús. Por eso, la teología feminista insiste en que no se puede partir el pan sin preguntarse: ¿quién falta en la mesa? ¿A quiénes se les niega aún el derecho de presidir, de consagrar, de compartir?
Los cuerpos como lugar teológico
Tanto en el lavatorio de los pies como en la eucaristía, el cuerpo tiene un lugar central. Jesús no enseña desde la abstracción: toca, lava, parte, reparte, se entrega. La teología feminista ha insistido en que el cuerpo no es un estorbo para la espiritualidad, sino su lugar privilegiado. Rosemary Radford Ruether sostiene que "la encarnación no fue una concesión divina, sino una revelación del valor de todos los cuerpos" (Ruether, 1993). En este sentido, el gesto de Jesús que se arrodilla y parte el pan no es solo un símbolo, sino una afirmación: nuestros cuerpos importan, nuestras historias importan, nuestras heridas también son lugar de gracia.
Elsa Tamez, desde su lectura bíblica latinoamericana, nos recuerda que el cuerpo de Cristo se confunde con los cuerpos crucificados de hoy: "las mujeres violentadas, los migrantes, los pobres sin pan ni tierra" (Tamez, 2002). La eucaristía, entonces, es un acto profundamente ético: una denuncia contra quienes rompen los cuerpos de las y los inocentes, y un anuncio de que otro cuerpo colectivo es posible.
Despojarse del manto: una espiritualidad sin títulos ni jerarquías
En el lavatorio de pies, Jesús se quita el manto. Ese gesto, a veces leído como simple preparación, puede ser reinterpretado como renuncia consciente a los símbolos del poder jerárquico. El manto puede representar el estatus, la autoridad religiosa, el lugar de privilegio. Jesús lo deja a un lado para servir. Desde una teología feminista, este gesto interpela directamente a las estructuras eclesiales que han hecho del ministerio un ejercicio de poder vertical y no de servicio horizontal.
Mercedes Navarro invita a pensar el gesto de Jesús como una desestabilización del "rol masculino dominante del maestro que enseña desde el pedestal" (Navarro, 2007). Al arrodillarse, Jesús no pierde su autoridad; la redefine. Una autoridad relacional, vinculante, que cuida, que se expone, que no teme tocar la suciedad ni reconocer el cansancio de les otres.
Una mesa abierta, una toalla al hombro
En este Jueves Santo, desde una espiritualidad feminista, podemos leer los gestos de Jesús como una propuesta concreta de transformación relacional. No se trata de idealizar el servicio ni de romantizar el dolor. Se trata de reconocer que el Reino de Dios se construye desde abajo, desde la mesa compartida, desde el agua que limpia y refresca, desde el cuerpo que se entrega sin poseer.
La toalla al hombro y el pan partido son signos de una comunidad que se elige en la vulnerabilidad y en la ternura. No una comunidad perfecta, sino una comunidad en proceso, donde el amor se practica no desde el control, sino desde la entrega libre.
Como diría Elsa Tamez, "la eucaristía no puede ser repetición vacía, sino memoria viva de un Cristo que se rebela contra toda exclusión" (Tamez, 2002). Y esa memoria, encarnada en nuestras prácticas, puede seguir transformando el mundo si estamos dispuestas a arrodillarnos, a lavar, a tocar, a repartir, a abrir la mesa.
Referencias
Navarro Puerto, M. (2007). La Biblia y las mujeres: Introducción a la exégesis feminista. Verbo Divino.
Ruether, R. R. (1993). Sexism and God-Talk: Toward a Feminist Theology (2nd ed.). Beacon Press.
Russell, L. M. (1985). Church in the Round: Feminist Interpretation of the Church. Westminster John Knox Press.
Russell, L. M. (1993). Hospitality and the Other: Transforming Christian Consciousness. Fortress Press.
Schüssler Fiorenza, E. (1983). In Memory of Her: A Feminist Theological Reconstruction of Christian Origins. Crossroad.
Tamez, E. (2002). La Biblia y los pobres. Verbo Divino.
Tamez, E. (2005). Cuando Dios rompe el silencio: Lectura bíblica desde la mujer marginada. Ediciones DEI.
