10 de mayo
Por: Mercedes Campiglia Calveiro
Maternidad... tan emperifollada y adornada de flores que la pintan; tan despelucada, retadora, imperfecta y profunda que en realidad es!!! Al interior de la bolita de plastilina que creíamos ser empieza de pronto a revolverse un pedacito, que logra finalmente desprenderse chillando y reclamando existencia propia. Y así, de zopetón, resultamos convertidas, de un momento a otro y de forma irreversible, en "madres" de estos pequeños seres que descubren poco a poco las fronteras entre su cuerpo y el nuestro.
Y nos vemos en el predicamento de ejercer, día a día, la misteriosa tarea de maternar; tan natural y a la vez tan extraña. El esfuerzo enorme que comprende preservar la vida tierna, acompañado de la increíble belleza de ver el brote desplegando hojas y ramas.
Una suerte de madeja con hilos de todos los colores, anudados entre sí de manera desordenada e indescifrable, un montón de emociones enmarañadas, van conformando una especie de núcleo que, poco a poco, se revela como algo propio, una enigmática nueva identidad; nos descubrimos siendo madres.
La maternidad es personal, íntima, incomprensible... No se trata de un molde al que acomodarse sino de un nudo propio que se forma sobre la marcha de manera caótica e ingobernable. Celebro hoy la maraña de mi madre, que se convirtió en nido para mi alma, celebro también el enredijo que he visto formarse en mi corazón para hospedar la vida que llegó a acurrucárseme en el pecho, y celebro la posibilidad de acompañar, una y otra vez, ese sutil trenzado de ramitas que, sin que nadie tenga control alguno del proceso, van anudándose unas a otras hasta convertirse en refugio para arropar la fragilidad.